A menudo se habla de las similitudes entre los humanos y nuestros parientes primates más cercanos, los chimpancés y los bonobos, especialmente cuando se trata de comportamientos sociales, como el vínculo entre madre e hijo. Estas comparaciones se utilizan para trazar paralelismos hermosos que nos hacen sentir más conectados con el reino animal, pero esto a menudo requiere ignorar las diferencias. En este artículo, hablo sobre el hecho evidente de que los primates adultos se alejan de la madre.
En todas las especies de primates, al menos un sexo se dispersa del grupo natal al alcanzar la madurez. Esto ayuda a prevenir la endogamia y promueve la diversidad genética, un patrón profundamente arraigado en la historia evolutiva de los primates. Dado este hecho, parece lógico asumir que nuestro último ancestro común con los chimpancés y los bonobos también practicaba esta estrategia. Pero de alguna manera, los humanos tomamos un camino diferente. Hemos desarrollado unidades familiares multigeneracionales y estrechas, donde los niños permanecen cerca de su madre y/o padre a lo largo de sus vidas. Esta divergencia plantea importantes preguntas sobre la naturaleza de la evolución humana y desafía el estatus científico de las explicaciones convencionales.
Mitos modernos
Las teorías evolutivas convencionales a menudo sugieren que el fuerte vínculo entre los padres humanos y sus hijos es el resultado de que los bebés se vuelven cada vez más inteligentes y dependientes, lo que impulsa la evolución de padres y abuelos más cariñosos. Pero esta idea es demasiado bonita para ser verdad. Si la inversión parental coevolucionara naturalmente con la dependencia infantil, ¿acaso no veríamos sociedades similares a las humanas entre otras especies? Claramente, los humanos no son los únicos organismos que se beneficiarían de tener a la abuela cerca para ayudar.

La selección natural generalmente favorece rasgos que aumentan la capacidad de un organismo para sobrevivir de manera independiente, no rasgos que los hacen más dependientes. Un buen ejemplo es el hecho de que los bebés chimpancés se aferran activamente a sus madres en lugar de esperar que ellas los tomen en brazos. Por lo tanto, es más probable que las cosas sucedieran justo al revés: primero aparecieron unos padres más ‘cariñosos’ o controladores que seleccionaron crías más dependientes, maleables y receptivas—en otras palabras, la domesticación. A medida que los primeros humanos desarrollaron un mayor control sobre sus hijos, surgieron comportamientos más elaborados y mutuamente beneficiosos, particularmente una nueva forma de comunicación, pero estos rasgos fueron beneficiosos principalmente para los padres.
Este enfoque invierte la explicación tradicional: no fueron las abuelas quienes, de manera altruista, facilitaron el éxito reproductivo humano, sino más bien el éxito reproductivo humano lo que facilitó la existencia de las abuelas. Esto explica varios enigmas de la evolución humana, especialmente por qué los primates humanos mantienen lazos cercanos y duraderos con sus hijos: los padres reclutaron a sus hijos a lo largo de las generaciones para construir las estructuras sociales únicas que definen a las sociedades humanas hoy en día.
La observación de Wrangham y el Guijarro de Makapansgat
Curiosamente, vemos indicios de este comportamiento de crianza en observaciones de nuestros parientes primates y en el registro arqueológico. Por ejemplo, en la naturaleza, se ha documentado a jóvenes chimpancés que llevan palos u otros objetos de una manera que imita la forma en que manejarían a un bebé. Este comportamiento suele explicarse como una forma de juego o práctica para la futura paternidad; sin embargo, no es difícil imaginar que pueda reflejar una mayor intencionalidad.
El renombrado primatólogo Richard Wrangham proporcionó un ejemplo particularmente convincente cuando documentó a un chimpancé que llevaba un tronco, tratándolo como si fuera un bebé, e incluso construyendo un nido para que durmiera. Aunque raro, este comportamiento subraya la idea de que los instintos de crianza observados en los simios pueden dirigirse hacia objetos no vivos, lo que sugiere una forma primitiva de cuidado. Esto puede haber sentado las bases para prácticas de crianza más complejas e intencionales en los primeros humanos

El guijarro de Makapansgat proporciona otra pista intrigante. Descubierto en una cueva de Sudáfrica, esta pequeña piedra, que se asemeja a un rostro humano, probablemente fue llevada a lo largo de largas distancias por un Australopiteco. El guijarro sugiere formas tempranas de pensamiento simbólico o apego emocional, reflejando un cambio cognitivo hacia valorar y controlar ‘bebés’ de maneras que van más allá de la mera supervivencia. Estos comportamientos, tanto en el chimpancé de Wrangham como en el guijarro de Makapansgat, apuntan a comportamientos de crianza intencional que más tarde se convirtieron en un sello distintivo de las sociedades humanas.
Bipedalismo y especiación
La domesticación proporciona una explicación interesante para la evolución del bipedalismo. A diferencia de otros simios, cuyos hijos se aferran a sus madres, los primeros humanos pueden haber comenzado a llevar a sus hijos deliberadamente, cosa que ofrecía un mayor control sobre su crianza y socialización. Además, la selección artificial a menudo lleva a la retención de rasgos juveniles en la edad adulta. Por ejemplo, el pie humano se asemeja al pie de un feto de chimpancé. Esta fetalización del pie ayuda a estar de pie y a caminar erguido, destacando la interacción entre el comportamiento social y la evolución física en los humanos.
Esta idea contrasta con las explicaciones convencionales del bipedalismo, que a menudo se centran en factores ambientales o locomotores algo inocentes. En su lugar, los científicos deberíamos considerar la dinámica social de las relaciones entre padres e hijos como una fuerza impulsora en la evolución de los humanos. Este control parental sobre la descendencia probablemente jugó un papel significativo en el cese del patrón de dispersión en nuestra línea evolutiva. Al domesticar artificialmente, seleccionando rasgos que mantuvieran a la descendencia cerca y leal a los padres, nuestros ancestros lograron el aumento de la producción reproductiva, la prolongación de la infancia, la gracilidad anatómica y la flexibilidad conductual que nos caracterizan.
En consecuencia, la domesticación puede explicar la notable diversidad observada dentro del género Homo. A diferencia de los chimpancés y los bonobos, que muestran una variación relativamente limitada, el registro fósil de las especies de Homo revela una amplia gama de diferencias anatómicas y conductuales, por ejemplo, comparemos al Homo naledi con el Homo neanderthalensis. Al igual que la selección artificial en animales domesticados lleva a cambios rápidos y razas distintas, los primeros padres humanos pueden haber seleccionado intencionalmente rasgos en su descendencia que se adaptaran a entornos y necesidades sociales específicos. Este proceso podría haber acelerado la diversificación de los homínidos, llevando a la variedad de especies de Homo que vemos en el registro fósil.
Conclusión: Reconsiderando la naturaleza de la evolución humana
La divergencia entre las estructuras sociales humanas y las de nuestros parientes primates más cercanos subraya una diferencia fundamental que las explicaciones evolutivas convencionales a menudo pasan por alto. Esto no es sorprendente: las narrativas convencionales, tanto modernas como antiguas, funcionan para justificar un cierto orden social. Sin embargo, para comprender verdaderamente nuestros orígenes, necesitamos alejarnos de estas plácidas historias. ¿Por qué los humanos evolucionaron para priorizar la cohesión familiar sobre la dispersión, rompiendo un patrón de 50 millones de años? Los comportamientos observados en el chimpancé de Wrangham y la importancia simbólica del guijarro de Makapansgat podrían ofrecer valiosos conocimientos, además de las numerosas indicaciones de que hemos sido, y seguimos siendo, domesticados.