En las Jornadas Liberales de Tenerife tuve la oportunidad de asistir a una charla de Garik Israelian, un astrofísico muy respetado. La charla se titulaba “La ciencia del futuro”, lo cual despertaba curiosidad en mí: ¿habrá un retorno a la época de Darwin y Kelvin? ¿Tendremos una ciencia libre de intervención estatal que se ocupe de explicar el mundo tal como es, en lugar de como queremos que sea?
De manera lamentable, pero como era de esperar, esto no fue así. El Dr. Israelian comenzó describiendo la ciencia como un método o técnica para resolver problemas. Me pareció sorprendente que un científico serio pudiera estar confundiendo la ciencia con la tecnología o la ingeniería. Le di una oportunidad, hasta que mencionó el ejemplo del descubrimiento del fuego, el cual, según él, es un ejemplo de ciencia primitiva.
Algunos seres humanos nos dedicamos a la ciencia—a saber, un método de observación y razonamiento, basado en la evidencia empírica y del que se deducen principios explicativos. Sin embargo, el Dr. Israelian considera que la ciencia tiene más que ver con los problemas de la sociedad: al principio de los tiempos, teníamos hambre, frío y enfermedades. Entonces, unos homininos muy listos, los científicos de la prehistoria, inventaron el fuego para solucionarlo.
Cientos de miles de años después, aparentemente, seguimos teniendo hambre, frío y enfermedades. Según el doctor, debemos continuar intentando encontrar soluciones a la escasez de recursos, el cambio climático y las pandemias. A pesar de su sofisticación, la ciencia debe seguir lidiando con nuestra dificultad para sobrevivir—en lugar de tratar de entender qué demonios nos pasa.
Los problemas del Estado
Con respecto al hambre, el Dr. Israelian nos habló de una solución basada en “hackear la fotosíntesis” para que las plantas produzcan más alimento. Comencé entonces a sospechar que este científico entiende la materia viva del mismo modo que la materia inanimada, y así cree que podemos controlar los sistemas biológicos con la misma precisión que los sistemas físicos.
Con esto el doctor metió la pata doblemente. En biología, la relación entre genes y rasgos es cualquier cosa menos lineal. Hay influencias ambientales, epigenéticas, intergénicas y, por supuesto, desconocidas en la expresión de características y el comportamiento de un organismo. Pretender que entendemos la vida no sólo es científicamente inexacto a día de hoy, sino que también refleja una falta de apreciación por el rol de la biología.
La biología nos puede ayudar a explicar la sociedad porque, al fin y al cabo, los seres humanos somos animales. No hace falta ser astrofísico para ver esto. La biología es importante porque es el nexo entre las ciencias sociales y las ciencias naturales. Sin embargo, desde la perspectiva cientifista de Israelian, la biología nada tiene que ver con explicar por qué los organismos se asocian o cooperan. Como los átomos y las moléculas, los simios nos asociamos porque deben existir fuerzas genéticas que nos mantienen ligados. Entonces, las ciencias económicas y sociales son poco menos que inútiles, como dejó caer el astrofísico. Los estudiosos de estas ciencias no somos tan inteligentes; no hemos dado con las ecuaciones que rigen el buen comportamiento y así conseguido el grado de predictibilidad que existe en “biología”, con el fin de enmendar el mal comportamiento de los simios humanos, que nos aboca a la desaparición desde que comenzamos a andar sobre dos patas.
Israelian bordó esta observación cuando aplaudió el rol de la ciencia durante la terrible COVID. En efecto, la ciencia “hackeó los virus” y su sistema de replicación, y debemos estarle agradecidos. Como reza una famosa insignia en las redes sociales: “Estoy completamente vacunado. ¡Gracias, ciencia!” Esto me recordó a cuando intentaron aquí en Finlandia (país científico donde los haya) persuadir a nuestros hijos para que se dejaran vacunar en la escuela contra la voluntad de sus padres (vacuna: del latin vacca, vaca). Quizás estos niños sean entonces la “ciencia del futuro”—funcionarios educados con dinero gratis, expertos en impresionar a la población con ecuaciones, modelos informáticos y equipos avanzados que solo ellos entienden, y con los que descubren problemas necesitados de solución.
Astrofísica
Ser astrofísico es para muchos sinónimo de gran inteligencia. Si un astrofísico te habla de los apartamentos gratis y la felicidad del comunismo, más te vale creerle. Recuerdo cuando yo mismo, con 19 años, vivía en un apartamento gratis (la casa de mis padres en Tenerife) y había empezado la carrera de física con la idea de ser astrofísico también. Recuerdo leer algún libro de ciencia ficción donde la humanidad tuvo que mudarse, por egoísta, a otro planeta. Llegué a votar por Izquierda Unida (primera y última vez que voté).
Con el tiempo, y examinando otras áreas de la vida, me di cuenta de que no existe tal cosa como un “apartamento gratis”. De existir, este violaría la ley de la conservación de la energía, como algo que puede salir de la nada, sin demandar recursos naturales, tiempo o esfuerzo. Los taquiones son unas partículas hipotéticas que van más rápido que la luz; existen en la imaginación de un científico simplemente como una conjetura teórica, a la espera de validación empírica. Sin embargo, los apartamentos gratis existen sólo en la imaginación de personas que de algún modo quieren violar la ley de la conservación de la energía, como cualquier fantasía infantil.
Tomemos ejemplo del proyecto Landsat 8, que puso un satélite en órbita para mirar hacia abajo, hacia nosotros mismos. Este satélite envió pruebas concluyentes de que España, Cataluña y otros países “sólo existen en la imaginación de los seres humanos”. Quizás esta conclusión sea un paso demasiado pequeño para la ciencia actual, pero sería un gran salto para muchos científicos.